Cuando te despiertes cada día
con el cuerpo de aire y ese olor
feliz del sueño manso de las lilas
sin miedo al movimiento ni al dolor.
Cuando yo no tenga casi nada
de sangre en la garganta de papel
ni un agrio pez nadando en la mirada
ni quiera más amparo que la piel.
Van a ser los días esos barcos
de luz que una vez pude escribir
y la alegría que hemos olvidado
volviendo por los huesos a subir.
Yo me alimento con una quimera
en que los ojos al sol verán brillar
los brazos de mi padre en las banderas
y una ceniza negra, y una ceniza negra
y una ceniza negra que se va.
Cuando me convenza que la suerte
me rige a la par que la pasión
y no el temible arcángel de la muerte
velando sobre el campo del reloj.
Si lo consumado y lo posible
tienen siempre la cara del horror
en esta Patria de lo inaccesible
en este tiempo olvidado de Dios.
Yo digo que mis ávidos amores
son fuertes y viven más que yo
son gigantes tenues como flores
que alientan este turbio corazón.
Los alimento con una quimera
en que los ojos al sol verán brillar
los brazos de mi padre en las banderas
y una ceniza negra, y una ceniza negra
y una ceniza negra que se va.
Así. Exacto como dice el genial Jorge Fandermole en esta sublime canción que escucho una y mil veces en el discazo de Silvina Garré “Trovas rosarinas”. Qué bueno que existan ambos…
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