La primera vez que lo vio se acordó de todas las veces que su mamá le había dicho por qué no lo dejaba ir solo al parque.

Pedro había insistido tanto que había conseguido el permiso con sólo seis años.

El pueblo era tranquilo, pero las cosas ya no eran como antes, decía su madre, y los peligros eran muchos. Como norma, no debía hablar con extraños. Cosa que un pueblo chico como ese era fácil de cumplir.

Por eso aquel día en que vio venir a ese extraño hombre en bicicleta, lo único que se le ocurrió fue esconderse debajo del banco, apretando la pelota bien fuerte contra el pecho.

El hombre vestía de traje, llevaba galera y una flor en el ojal. Aunque todo tenía un aspecto más bien sucio y gastado, él no parecía notarlo, porque se bajó de la bicicleta como quien baja de un lujoso carruaje.

Llevaba en su espalda una gran bolsa de tela brillante, color violeta, que desplegó con un rápido movimiento, de forma tal que quedó convertida en una hermosa alfombra con flecos dorados. Parado sobre la misma y con aire de persona importante a punto de dar un discurso, se presentó:

¡Buenas tardes, querida audiencia, soy el Gran Mago Peter!

Claro que, salvo por Pedro que lo observaba de costado desde abajo del banco, no se hubiera podido adivinar a qué audiencia se refería…

Sin embargo el Mago se comportaba como si miles de almas hubieran vivado su saludo de presentación. Inmediatamente comenzó su show echando a volar una paloma que sacó de la galera.

Un truco detrás de otro fue sucediendo y despertando la curiosidad de Pedro, quien ya dejaba asomar la nariz y había soltado un poco la pelota sin darse cuenta. Pañuelos de colores que se ataban solos, cartas que se volvían invisibles, monedas que se multiplicaban y más palomas volando…

El acto final fue más sorprendente aún y el mago se despidió con una reverencia, volviendo a convertir la alfombra en bolsa sobre sus hombros para luego alejarse en su bicicleta.

Pedro se quedó un ratito más escondido, espiando para saber si alguien más lo había visto… Pero no vio a nadie. Los domingos a esa hora, en plena siesta, el parque solía estar vacío.

Cuando lo vio llegar el domingo siguiente a la misma hora corrió hacia el banco… pero ya no se metió debajo, sino que se quedó quietito detrás del mismo, para que no lo viera.

La semana siguiente lo esperó sentado en el banco. El mago hizo toda su rutina como siempre, aunque quizás con un poco más de nervios, mirando a Pedro de reojo de vez en cuando.

Pasó un mes hasta que Pedro sintió salir su primer aplauso y luego otro cuando se vio saltando arriba del banco mientras el mago hacía aparecer un globo plateado como la luna que se iba volando hasta el cielo.

El domingo número veinte Pedro ya participaba como asistente en los trucos más difíciles y luego volvía corriendo al banco para aplaudir de pie.

No hablaban mucho… pero una vez Peter le contó a Pedro que iba de pueblo en pueblo en su bicicleta, que la magia era su vida, y que su sueño era viajar por el mundo y ser el mago más famoso de todos.

Y eso fue todo lo que Pedro pudo pensar cuando no volvió más…

Cuando ya no fue sólo un domingo sino dos, tres… y todos, los que iba Pedro al banco a esperar… y volvía llorando a su casa sin que nadie lo comprendiera.

Pero se consolaba pensando que por fin ahora miles, quizás millones, de personas estaban disfrutando de la magia del Gran Mago Peter, que seguramente ya era famoso y estaba recorriendo el mundo y soltando palomas y desapareciendo cartas y multiplicando pañuelos y echando a volar globos plateados como la luna…

En todo eso estaba pensando ese domingo en que cumplía siete años, sentado en el banco con su pelota entre las piernas, cuando le pareció escuchar el tintinear de la campanita de la bicicleta…

Y ahí estaba el mago, su amigo, alzándolo hasta el cielo y apretujándolo con pelota y todo.

Sí, había conseguido trabajo en un circo y había viajado por el mundo. Miles de personas lo habían aplaudido desde una butaca comprada para ver todo el espectáculo que incluía también acróbatas, payasos y todo lo demás.

Miles de personas que no podía nombrar ni recordar, y que seguramente ya estaban aplaudiendo al mago que entró en su lugar cuando renunció para agarrar su bicicleta y pedalear y pedalear y llegar al pueblo de Pedro el domingo a la hora de la siesta…

Y convertir la bolsa en alfombra de flecos dorados…

y sacar la primer paloma de la galera.

Magical Night by Graciela Bello
Noche Mágica de Graciela Bello

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